jueves, 11 de noviembre de 2010

Santificada sea tu nada

Rafael Chaparro madiedo




Padre nuestro que estás en la nada, santificada sea tu nada, vénganos tu nada, hágase tu voluntad así en la nada como en la nada, en la Quince como en la Décima, en la Caracas como en la Circunvalar. Bogotá, 8 p. m. ni un PM por ahí, todo hacía presagiar que se trataba de un viernes común y corriente, de un viernes donde lo mejor que le podía suceder a una mujer era poner un “vogue cinderella” sobre sus labios, esa especie de semáforos del rostro, que a altas horas de la noche dan luz verde a las palabras azules que nacen luego de haber mojado la lengua con un poco de veneno. Esas son las mejores palabras. Bogotá, cinco minutos después de las ocho. Un viernes llamado tedio. En las busetas los mismos rostros de siempre.

Golpe a golpe, codazo a codazo, ventana a ventana, peso a peso, la gente se dirige a sus casas, no hay nada qué hacer, la infelicidad se ha apoderado de la noche bogotana. Es muy difícil decir palabras bajo un poste, tal vez faltan las sombras de los árboles para decir palabras al oído con sabor a hierba. Bogotá, diez minutos después de las ocho de la noche. En Bogotá las luces de neón se han transformado en luces de león. Cada veinte metros hay un zoológico triste y electrónico, mil tristes tigres, mil tristes tigres, el salto del tigre, el del gato parece ser más efectivo, pero qué va, toca cambiar las tácticas violentas: una mañana los habitantes de Bogotá amanecieron con azúcar en los labios. Solamente se dieron cuenta aquellos que se besaron. Preferible las tácticas más dulces, la del azúcar, esa misma que sirve para verter en el café y de pronto pronunciar palabras teñidas, palabras que echan humo, pues ya no resisten un recalentamiento en el sistema de frenos. Pero son esas palabras las que se quedan sin sentido, sin gasolina, sin espejo en el rostro, sin azúcar a las ocho y quince minutos cuando ya todo parece evidente: Bogotá es un corredor perdido de un largo túnel donde lo único que falta para racionalizar la violencia es que se proponga la elección popular de escoltas y de sicarios.

Padre nuestro que estás en la nada, santificada sea tu nada, vénganos tu nada, hágase tu voluntad así en la nada como en la nada, en la Quince como en la Décima, en la Caracas como en la Circunvalar. Ocho y media la película de Fellini, y “La nave va”, la estaban dando en la avenida de Chile, el caso es que ya eran las ocho y media de la noche y todo era evidente: nada era evidente. Todo o nada. Esas son las monedas que hay que manejar en las avenidas bogotanas un viernes por la noche, es la moneda de la putica triste que se para debajo de una luz de neón a que se la coma el frío y la jartera, es la moneda del chofer del bus que parece una cámara de gas, un pequeño campo de concentración ambulante, una nevera pestilente, es la moneda del celador que envuelto como un tamal diabólico, de pronto se da cuenta que ni la putica triste ni el chofer, tampoco él, saben lo que significa el todo o nada, por eso mejor callar, mejor no hablar, mejor no amar, no odiar, no caminar, no ser, mejor pegarse al rumor negro de la ciudad y dejarse llevar por él, montarse en su corriente alucinada y only “rocanrol”, only almacenes, only ser yo aquí, tú allá, only disparar el arma de dotación en caso de extrema necesidad, only pasarse el semáforo, only only, huy qué ropa tan bacana, only disparar. Esa es la orden. Alguien dio la orden de disparar el fusil de la tristeza. Eran las 8:45 p. m.

Padre nuestro que estás en la nada, santificada sea tu nada, vénganos tu nada, hágase tu voluntad así en la nada como en la nada, en la Quince como en la Circunvalar. Eran las ocho y cuarenta y seis minutos. La muerte se llama viernes. O el viernes se llama muerte, para el caso es lo mismo. Alguien dio la orden de disparar el fusil de la tristeza. Eran las 8:45 p. m.

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