jueves, 11 de noviembre de 2010

Sueño con serpientes

Silvio Rodriguez



Hay hombres que luchan un día
Y son buenos.
Hay otros que luchan un año
Y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años
Y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida:
Esos son los imprescindibles.
Bertolt brecht


Sueño con serpientes, con serpientes de mar,
Con cierto mar, ay, de serpientes sueño yo.
Largas, transparentes, y en sus barrigas llevan
Lo que puedan arrebatarle al amor.
Oh, la mato y aparece una mayor.
Oh, con mucho más infierno en digestión.
No quepo en su boca, me trata de tragar
Pero se atora con un trébol de mi sien.
Creo que está loca; le doy de masticar
Una paloma y la enveneno de mi bien.
Ésta al fin me engulle, y mientras por su esófago
Paseo, voy pensando en qué vendrá.
Pero se destruye cuando llego a su estómago
Y planteo con un verso una verdad.

instrucciones para llorar

Julio Cortazar




Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

Santificada sea tu nada

Rafael Chaparro madiedo




Padre nuestro que estás en la nada, santificada sea tu nada, vénganos tu nada, hágase tu voluntad así en la nada como en la nada, en la Quince como en la Décima, en la Caracas como en la Circunvalar. Bogotá, 8 p. m. ni un PM por ahí, todo hacía presagiar que se trataba de un viernes común y corriente, de un viernes donde lo mejor que le podía suceder a una mujer era poner un “vogue cinderella” sobre sus labios, esa especie de semáforos del rostro, que a altas horas de la noche dan luz verde a las palabras azules que nacen luego de haber mojado la lengua con un poco de veneno. Esas son las mejores palabras. Bogotá, cinco minutos después de las ocho. Un viernes llamado tedio. En las busetas los mismos rostros de siempre.

Golpe a golpe, codazo a codazo, ventana a ventana, peso a peso, la gente se dirige a sus casas, no hay nada qué hacer, la infelicidad se ha apoderado de la noche bogotana. Es muy difícil decir palabras bajo un poste, tal vez faltan las sombras de los árboles para decir palabras al oído con sabor a hierba. Bogotá, diez minutos después de las ocho de la noche. En Bogotá las luces de neón se han transformado en luces de león. Cada veinte metros hay un zoológico triste y electrónico, mil tristes tigres, mil tristes tigres, el salto del tigre, el del gato parece ser más efectivo, pero qué va, toca cambiar las tácticas violentas: una mañana los habitantes de Bogotá amanecieron con azúcar en los labios. Solamente se dieron cuenta aquellos que se besaron. Preferible las tácticas más dulces, la del azúcar, esa misma que sirve para verter en el café y de pronto pronunciar palabras teñidas, palabras que echan humo, pues ya no resisten un recalentamiento en el sistema de frenos. Pero son esas palabras las que se quedan sin sentido, sin gasolina, sin espejo en el rostro, sin azúcar a las ocho y quince minutos cuando ya todo parece evidente: Bogotá es un corredor perdido de un largo túnel donde lo único que falta para racionalizar la violencia es que se proponga la elección popular de escoltas y de sicarios.

Padre nuestro que estás en la nada, santificada sea tu nada, vénganos tu nada, hágase tu voluntad así en la nada como en la nada, en la Quince como en la Décima, en la Caracas como en la Circunvalar. Ocho y media la película de Fellini, y “La nave va”, la estaban dando en la avenida de Chile, el caso es que ya eran las ocho y media de la noche y todo era evidente: nada era evidente. Todo o nada. Esas son las monedas que hay que manejar en las avenidas bogotanas un viernes por la noche, es la moneda de la putica triste que se para debajo de una luz de neón a que se la coma el frío y la jartera, es la moneda del chofer del bus que parece una cámara de gas, un pequeño campo de concentración ambulante, una nevera pestilente, es la moneda del celador que envuelto como un tamal diabólico, de pronto se da cuenta que ni la putica triste ni el chofer, tampoco él, saben lo que significa el todo o nada, por eso mejor callar, mejor no hablar, mejor no amar, no odiar, no caminar, no ser, mejor pegarse al rumor negro de la ciudad y dejarse llevar por él, montarse en su corriente alucinada y only “rocanrol”, only almacenes, only ser yo aquí, tú allá, only disparar el arma de dotación en caso de extrema necesidad, only pasarse el semáforo, only only, huy qué ropa tan bacana, only disparar. Esa es la orden. Alguien dio la orden de disparar el fusil de la tristeza. Eran las 8:45 p. m.

Padre nuestro que estás en la nada, santificada sea tu nada, vénganos tu nada, hágase tu voluntad así en la nada como en la nada, en la Quince como en la Circunvalar. Eran las ocho y cuarenta y seis minutos. La muerte se llama viernes. O el viernes se llama muerte, para el caso es lo mismo. Alguien dio la orden de disparar el fusil de la tristeza. Eran las 8:45 p. m.

Cuento de mar

Gorge Robledo Ortiz





Voy a beberme el mar.
Ya tengo listo mi velero fantasma.
No le he trazado rumbos a mi ausencia,
no he fatigado el mapa localizando zonas que no bailen al macabro jazz-band de las borrascas.
Viajaré simplemente, sin triangular alturas ni distancias, llevando en el timón a Don Quijote y la rosa del viento en la solapa.

Acompáñame tu dulce chiquilla,
partiremos al alba,
cuando los alcatraces no dibujen
su ecuación de naufragios sobre el agua. Arranca tus raíces de la tierra. abre tu citolegia de nostalgias y vamos a bebernos el océano en la copa de luz de las montañas:

visitaremos todos los países, los puertos y las radas.
Te compraré crepúsculos en Chipre.
Un elefante niño al sur del África.
Un gajo de luceros en Corea.
Dos elásticos tigres de Bengala.
El dolor milenario de un camello.
Y la fatiga estéril del Sahara.

En el Japón te mostraré los biombos
con figuras bilingües y enigmáticas.
En Pekín buscarmos la muñeca de blanco corazón de porcelana.
haremos de bambú balsas de ensueño para subir un río de esperanzas.
Y te daré un sombrero en forma de hongo y unas chinelas para tu pijama.

Pasaremos a Escocia y a Noruega.
Después navegaremos a Finlandia para buscar
la estirpe de un vikingo de ojos azules y de luenga barba,
que se murió coleccionando fiordos en el álbum con sal de su nostalgia,
mientras su vieja pipa marinera quemaba archivos íntimos del alma.

Y siempre sin control,
siempre viajando,
iremos al país de Sherezada y allí te contaré Mil y una Noches
de reyes y de esclavas,
de romances y torres de marfil
de bazares, de alfombras y de flautas,
madrigales y de surtidores
de pie como las cobras encantadas.

Subiremos al Rhin
buscando a Wagner y su Tetralogía desvelada.
Cazaremos los cisnes hiperbóreos
que abanican la muerte con sus alas.
Te diré que la música es un vino que cuando estamos tristes se derrama.
Y que el silencio es un santuario celta donde reposa el corazón de un arpa.

Y fatigando el mar,
¡Qué importa el tiempo!
visitaremos la ciudad sagrada,
la tierra de la cruz y del olivo,
la que escuchó el Sermón de la Montaña,
la patria de Jesús y de María la que arrulló las bienaventuranzas,
la tierra donde un tosco carpintero pulió a garlopa el globo de una lágrima.

En otro amanecer arribaremos a las Islas Canarias.
te compraré su nombre que es un trino diluido en el agua.
Para pescar luceros en el fondo te bastará la red de tus pestañas,
y aprenderás que a Dios también se llega por el verde camino de las algas.

Si sueñas ver a Nápoles,
cruzaremos por mármoles de Italia,
y te daré una góndola en Venencia y
en Asís la humildad de una campana.
Compraremos al Dante sus Laureles y a Benvenuto su luciente daga,
para tu muñequero de ilusiones y tu azul inquietud de extravagancias.

Buscaremos ositos en Siberia
rutas de manzanilla al sur de España,
la sombra adolescente de Platero,
la capa de Unamuno en Salamanca,
la fatiga inmortal de Rocinante.
El dardo del Amor Clavado en Ávila,
la Morena ascendencia de “El Cachorro”
y el llanto de Boabdil sobre Granada.

Y cuando tengas sueño, mi pequeña,
cuando te canses de medir distancias y no quieras viajar
a la deriva con la estrella polar a las espaldas,
te arrullaré, mientras mi vieja pipa,
que compré a un bucanero en Samarcanda,
quema frente a la noche de tus ojos
mi viejo contrabando de nostalgias.

alegria del cronopio

Julio cortazar




Encuentro de un cronopio y un fama en la liquidación de la tienda La Mondiale.
-Buenas tardes, fama. Tregua catala espera. -Cronopio cronopio? -Cronopio cronopio. -Hilo? -Dos, pero uno azul.
El fama considera al cronopio. Nunca hablará hasta no saber que sus palabras son las que convienen, temeroso de que las esperanzas siempre alertas no se deslicen en el aire, esos microbios relucientes, y por una palabra equivocada invadan el corazón bondadoso del cronopio.
-Afuera llueve- dice el cronopio. Todo el cielo. -No te preocupes- dice el fama. Iremos en mi automóvil. Para proteger los hilos.
Y mira el aire, pero no ve ninguna esperanza, y suspira satisfecho. Además le gusta observar la conmovedora alegría del cronopio, que sostiene contra su pecho los hilos -uno azul- y espera ansioso que el fama lo invite a subir a su automóvil.

Constelaciones

Jose Maria Rivas Groot




El Hombre
Amplias constelaciones que fulguráis tan lejos,
mirando hacia la tierra desde la comba altura,
¿por qué vuestras miradas de pálidos reflejos tan llenas de tristeza, tan llenas de dulzura?

Las Constelaciones
¡Oh soñador, escúchanos! ¡Escúchanos, poeta!
Escucha tú, que en noches de oscuridad tranquilanos llamas,
mientras tiemblan con ansiedad secretala súplica en tu labio y el llanto en tu pupila.

Escucha tú, poeta, que en noches estrelladascual bajo augusto templo descubres tu cabeza,y nos imploras, viendo que están nuestras miradastan llenas de dulzura, tan llenas de tristeza.

¿Por qué tan tristes? Oye: nuestro fulgor es tristeporque ha mirado al hombre. Su mente y nuestra lumbrehermanas son. Por siglos de compasión, existeen astros como en almas la misma pesadumbre.

Por siglos hemos visto la Humanidad erranteluchar, caer, alzarse... y en sus anhelos vanos volver hacia nosotras la vista suplicante,tender hacia nosotras las temblorosas manos

y ansiar en tal desierto, ya lánguida, ya fuerte,oasis donde salten aguas de vida eterna;ya llega, llama -y sale con su ánfora la muertebrindando el agua muda de su glacial cisterna.

Tronos, imperios, razas, vimos trocarse en lodo:vimos volar en polvo babélicas ciudades.Todo lo barre un viento de destrucción, y todoes humo, y sueño, y nada... y todo vanidades.
Es triste ver la lucha del terrenal proscrito;es triste ver el ansia que sin cesar le abrasa;
el ideal anhela, requiere lo infinito,crece, combate, agítase, llora, declina y pasa

Es triste ver al hombre, que lumbre y lodo encierra,mirarnos desde abajo con infinito anhelo;tocada la sandalia con polvo de la tierra,tocada la pupila con resplandor del cielo.
Poeta, no nos llames -conduele tu lamento;poeta, no nos mires- nos duele tu mirada.Tus súplicas, poeta, dispérsanse en el viento;tus ojos, ¡oh poeta! se pierden en la nada.
Con íntima tristeza miramos conmovidas,con íntima dulzura miramos pesarosas,nosotras -las eternas- vuestras caducas vidas,nosotras -las radiantes- vuestras oscuras fosas.

El Hombre
¿Todo es olvido y muerte? Pasan gimiendo a solasel mar con sus olajes, la tierra con sus hombres; ¿y al fin en mudas playas deshácense las olas,y al fin en mudo olvido deshácense los nombres?
¿Y nada queda? ¿Y nada hacia lo eterno sube?
Decid, astros presentes a todo sufrimiento:la ola evaporada forma un cendal de nube,¿y el alma agonizante no asciende al firmamento?
¡No, estrellas compasivas! Hay eco a todo canto;al decaer los pétalos, espárcese el perfume;
y como incienso humano que abrasa un fuego santo,al cielo va el espíritu, si el cuerpo se consume.
Vendrá noche de siglos a todo cuanto existe;y expirarán, en medio de hielos y amargura,los últimos dos hombres sobre una roca triste,las últimas dos olas sobre una playa oscura.
Y moriréis ¡oh estrellas! en el postrero día...Mas flotarán espíritus con triunfadoras palmas;y alumbrarán entonces la eternidad sombría,sobre cenizas de astros, constelaciones de almas.

Instantes

Jorge Luis Borges



Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.

Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.

Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.

Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.

Pero ya ven, tengo 85 años..
y sé que me estoy muriendo

Ella se fue....

anonimo

Eligió caminar sola
Aunque otros le preguntaban por qué
Rechazó mirar hacia atrás
Sus ojos los mantuvo en alto
Hacia el cielo.
No tenía compañeros
Ninguna necesidad de cosas terrenales.
Solamente deseaba libertad
De lo que sentía eran pasos de marioneta.
Deseó ser un pájaro.
Que pudiera volar lejos.
Deseó ser una llama,
que bailara brillantemente sola.
Sentía celos del vapor
que hace del aire su único hogar
Algunos dicen que ella deseaba algo difícil
Dicen que ella deseaba algo lejano
Pero despertamos un día del otoño
Para descubrir que se fue
Los árboles, dijeron ser testigos
El cielo rechazo hablar
Pero alguien que si la había visto
dijo que la historia fue bien jugada
Ella separó los brazos de par en par.
Respiro en la apertura del amanecer.
Dejo caer todo lo que sostuvo…
Y entonces se fue...

Soneto V

Garcilaso De La Vega

Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo
Vos sola lo escribisteis; yo lo leo
Tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
De tanto bien lo que no entiendo creo,
Tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
Mi alma os ha cortado a su medida;
Por hábito del alma misma os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
Por vos nací, por vos tengo la vida,
Por vos he de morir y por vos muero.

Tal vez fue en Père Lachaise

Por: Rafael Chaparro Madiedo La Prensa. Septiembre 19 de 1993.

Creo que unos días atrás había soñado con Amarilla.
Sí. Había soñado que Amarilla y sus gatos recorrían las calles mientras la lluvia negra de la noche cubría la copa diminuta de los árboles.
Creo que después entonces me enamoré del viento y de las cosas más insignificantes, de las hormigas, del arroz, de la coca cola. El caoso era que me había enamorado de alguien que estaba detrás del vidrio de los días y que desde ese vidrio me hacía señas con los ojos grandes, marinos, mediterráneos. Entonces Amarilla desapareció de los sueños. Amarilla se fue de nuevo a la Avenida Blanchot. Se fue con Pink Tomate y por fin me dejó en paz. Se fue con sus gatos y a lo mejor se metieron a un bar y pidieron vodka con flores, con muchas flores. Una vez se fue Amarilla por dentro lo que había era ese olor que se siente a las cinco de la tarde en el Cementerio Père Lachaise. Ese olor previo al enamoramiento. Tal vez alguna vez nos vimos en el metro, tal vez ella estaba en el mismo vagón, tal vez tomamos café en la misma terraza a las cinco de la tarde o a las diez de la mañana, tal vez nos cruzamos en la misma librería y hojeamos los mismos libros, tal vez compramos y comimos del mismo pan, tal vez nos miramos bajo la ola amarilla del verano o tal vez nos soñamos mutuamente desde el fondo de nuestras sonrisas transparentes. Tal vez se llama Catherine, Julie, Christine, Odile, Lucile, Chantal, Marie, Therese, Benedicte, Caroline, Stephanie, Isabelle, Florence, Brigitte, Nathalie, Corinne, Virginnie, Alexandra, Laure, Anne, Emanuelle, Christianne, Anais, Marion y tal vez tiene todas las estrellas reunidas en la palma de sus manos, tal vez tiene mil caballos transparentes en su cabello dorado, tal vez tiene el sabor de de las flores amarillas de las montañas en su cuerpo, tal vez tiene un millón de rosas invisibles en sus labios dulces, tal vez tiene dos corazones, tres corazones, cuatro corazones, cinco corazones, mil corazones lindos que palpitan como relojes enamorados en la mitad de su carne, tal vez es capaz de hacer de nuevo el fuego, la rueda, los puentes, las ventanas, las puertas, los vientos, las sombres, tal vez sea amiga de los árboles, de los osos, de las águilas, tal vez las piedras, los caminos, los niños, los gatos, las calles, tal vez todo, absolutamente todo esté enamorado de esta mujer que tal vez se llama Catherine, Julie, Christine, Odile, Lucile, Chantal, Marie, Therese, Benedicte, Caroline, Stephanie, Isabelle, Florence, Brigitte, Nathalie, Corinne, Virginnie, Alexandra, Laure, Anne, Emanuelle, Christianne, Anais, Marion.

viernes, 10 de septiembre de 2010

 El discreto encanto de la libertad
Por: William Ospina
 
ME GUSTAN LOS VINOS ESPESOS, EL coñac aromado, el tequila festivo, el ron caribeño y (¡Oh, Joe Broderick!) el whisky irlandés.

El aguardiente tiene (para mí) demasiado azúcar y demasiado anís. Pero hay en la vida una hora, como decía Truman Capote, para pasar del jerez al martini.
Esos antiguos filtros estimulan la fiesta y animan la conversación. Cuánto no hemos hablado y hasta cantado bajo su influencia. Y si ahora abuso menos de ellos, es porque nos vuelven más necios de lo conveniente, porque al volante pueden ser mortales y porque el malestar de una mañana de guayabo es sin duda de estirpe infernal.
Fumé por veinte años, desde la adolescencia. Todavía me admira el placer que advierto en los fumadores apasionados: cómo se consumen con el cigarro, cómo vuelven sus horas humo y casi poesía. Yo nunca tuve tanta pasión: un día dejé el cigarrillo sin dificultad y sin duelo. Rechazo la persecución que hoy padecen los fumadores, me molesta verlos expulsados de los antros de la gran sociedad, solos y humeantes y melancólicos a las puertas de los salones del tedio virtuoso. Me parece incluso advertir que desde que se persigue el cigarrillo el mundo se ha vuelto más neurótico, más violento y más propicio al terror. A veces fumo un puro en una fiesta: disfruto su sabor, el denso contacto del humo aromado, y sé que no causa adicción: en semanas no vuelvo a sentir el deseo de probarlo.
Fumé dos veces marihuana y el resultado fue catastrófico: nunca me he sentido tan mal en mi vida. Me daría terror repetir esa ingrata experiencia. Pero conozco muchas personas que la consumen, y no pierden la conciencia ni la lucidez: me parecen tan inteligentes y diestras como antes de usarla. La considero, con toda sinceridad, más allá del efecto que obra en mí, una sustancia menos peligrosa socialmente que el alcohol. Del mismo modo, probé alguna vez cocaína: me sentí eufórico, locuaz, intranquilo. También, cosa rara, temerario, casi en la vecindad del peligro. No me interesa su uso, y no lo recomiendo.
Alguna vez, después de una operación grave, me fue suministrado algún derivado de morfina. No me lo advirtieron y por eso ignoré la causa de los sueños paradisíacos que me invadían en esos días. Podía soñar a voluntad, siempre con atmósferas en las que la naturaleza era el único motivo. Veía florecer llanuras bajo mi vuelo, avanzaba por bosques plácidos, me sentía entrando en espesuras misteriosas, muy cerca de hondos y generosos secretos del mundo. Un día, no tuve a la hora acostumbrada mi inyección analgésica y empecé a reclamarla. Alguien me dijo que ya no la necesitaba, y me sorprendí a mí mismo exclamando con énfasis: “Sí, sí la necesito”. Entonces comprendí que empezaba a padecer los vagos efectos de una adicción, y no insistí en mi reclamo.
Me gustaba jugar a las cartas, costumbre que ahora poco me atrae. Alguna vez me entusiasmó echar dinero en las máquinas tragamonedas, donde el juego de azar deja de serlo, porque está manipulado y programado para que el jugador siempre pierda. Olvidé que, como dice Borges, el dinero es tiempo futuro, que botarlo de ese modo insensato es desperdiciar la vida y que lo único que nos dieron es tiempo, y no mucho. Advertí que corría el riesgo de perder la voluntad, y con ella la íntima y moderada libertad con que contamos: entonces renuncié a la tentación. En noches de insomnio me he asomado a los juegos electrónicos: qué decepción perder horas enteras en un ejercicio mecánico y hostigante. Llegué a sentirme culpable, como el que ha bebido mucho y mal, pero no resultó tan difícil abandonar esos rituales.
Los mecanismos de la memoria, del pensamiento, del lenguaje y de la imaginación me parecen tan asombrosos, tan inexplicables, tan sutiles y tan sofisticados que no creo que tengamos derecho a jugar con ellos y ponerlos en peligro. Valoro como algo divino la lucidez y la serenidad: me repugna arriesgar el equilibrio mental, estar a merced de fuerzas desconocidas. Por otra parte, casi no creo necesitar estímulos para la imaginación: fantaseo a mi antojo, siento el lenguaje dócil a las asociaciones y los caprichos, en cada hecho percibo otras cosas posibles, derivaciones y vagas fantasmagorías. Los abusos con la mente me parecen la antesala de la locura y prefiero estímulos más serenos y alimentos más austeros. Los libros, las obras de arte, la música y la conversación son para mí drogas suficientemente estimulantes, más controlables que los bellos venenos. Pero esa embriaguez exige sobriedad.
No creo que el Estado tenga derecho a imponer decisiones sobre estos asuntos: pertenecen a un ámbito sagrado, al discreto encanto de la libertad personal. Nadie ha necesitado obligarme a renunciar a lo que me hace daño. Todo el mundo debería tener el mismo derecho a experimentar y a decidir.
Sé que hay todavía otras sustancias que pueden afectarnos más peligrosamente, que pueden dominar nuestra voluntad por entero. Y no estoy hablando de la viciosa política ni de los adictivos medios de comunicación. Creo que hay que estar advertidos contra ellas. Pero las prohibiciones del Estado nunca consiguen impedir que los adictos se abandonen a su adicción: por el contrario, los fuerzan a la clandestinidad, a la marginalidad y al peligro. La libertad es nuestro mayor privilegio; la educación y la amistad generosa, nuestra única y verdadera protección. Lo demás es arbitrariedad, irrespeto y locura.

viernes, 30 de julio de 2010

Ulrica

Ulrica
(el libro de la arena)
Jorge Luis Borges

Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, o cual es lo mismo. Los hechos ocurrieron hace muy poco, pero sé que el hábito literario es asimismo el hábito de intercalar rasgos circunstanciales y de acentuar los énfasis. Quiero narrar mi encuentro con Ulrica (no supe su apellido y tal vez no lo sabré nunca) en la ciudad de York. La crónica abarcará una noche y una mañana.

Nada me costaría referir que la vi por primera vez junto a las Cinco Hermanas de York, esos vitrales puros de toda imagen que respetaron los iconoclastas de Cromwell, pero el hecho es que nos conocimos en la salita del Northern Inn, que está del otro lado de las murallas. Eramos pocos y ella estaba de espaldas. Alguien le ofreció una copa y rehusó.

-Soy feminista -dijo-. No quiero remedar a los hombres. Me desagradan su tabaco y su alcohol.

La frase quería ser ingeiosa y adiviné que no era la primera vez que la pronunciaba. Supe después que no era característica de ella, pero lo que decimos no siempre se parece a nosotros.

Refirió que había llegado tarde al museo, pero que la dejaron entrar cuando supieron que era noruega.

Uno de los presentes comentó:
-No es la primera vez que los noruegos entran en York.
-Así es -dijo ella-. Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse.

Fue entonces cuando la miré. Una línea de William Blake habla de muchachas de suave plata o furioso oro, pero en Ulrica estaban el oro y la suavidad. Era ligera y alta, de rasgos afilados y de ojos grises. Menos que su rostro me impresióno su aire de tranquilo misterio. Sonreía fácilmente y la sonrisa parecía alejarla. Vestía de negro, lo cual es raro en tierras del Norte, que tratan de alegrar con colores lo apagado del ámbito. Hablaba un inglés nítido y preciso y acentuaba levemente las erres. No soy observador; esas cosas las descrubrí poco a poco.

Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano.

Me preguntó de un modo pensativo:
-¿Qué es ser colombiano?
-No sé -le respondí-. Es un acto de fe.
-Como ser noruega -asintió.

Nada más puedo recordar de lo que se dijo esa noche. Al día siguiente bajé temprano al comedor. Por los cristales vi que había nevado; los páramos se perdían en la mañana. No había nadie más. Ulrica me invitó a su mesa. Me dijo que le gustaba salir a caminar sola.

Recordé una broma de Schopenhauer y contesté:
-A mí también. Podemos sair los dos.

Nos alejamos de la casa, sobre la nieve joven.

No había un alma en los campos. Le propusé que fuéramos a Thorgate, que queda río abajo, a unas millas. Sé que ya estaba enamorado de Ulrica; no hubiera deseado a mi lado ninguna otra persona.

Oí de pronto el lejano aullido de un lobo. No he oído nunca aullar a un lobo, pero sé que era un lobo. Ulrica no se inmutó.

Al rato dijo como si pensara en voz alta:
-Las pocas y pobres espadas que vi ayer en York Minster me han conmovido más que las grandes naves del museo de Oslo.

Nuestros caminos se cruzaban. Ulrica, esa tarde, proseguiría el viaje hacia Londres; yo, hacia Edimburgo.
-En Oxford Street -me dijo- repetiré los pasos de Quincey, que buscaba a su Anna perdida entre las muchedumbres de Londres.

-De Quincey -respondí- dejó de buscarla.

Yo, a lo largo del tiempo, sigo buscándola.

-Tal vez -dijo en voz baja- la has encontrado.

Comprendí que una cosa inesperada no me estaba prohibida y le besé la boca y los ojos.

Me apartó con suave firmeza y luego declaró:
-Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido mientras tanto, que no me toques. Es mejor que así sea.

Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Tezas, clara y esbelta como Ulrica que me había negado su amor.

No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el primero y que no sería el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula de Ibsen.

Tomados de la mano seguimos.

-Todo esto es como un sueño -dije- y yo nunca sueño.

-Como aquel rey -replicó Ulrica- que no soñó hasta que un hechicero lo hizo dormir en una pocilga.

Agregó después.

-Oye bien. Un pájaro está por cantar.

Al poco rato oímos el canto.

-En estas tierras -dije-, piensan que quien está por morir prevé el futuro.

Y yo estoy por morir -dijo ella.

La miré atónito.

-Cortemos por el bosque -la urgí-. Arribaremos más pronto a Thorgate.

-El bosque es peligroso -replicó.

Seguimos pos lor páramos.

-Yo querría que este momento durara siempre -murmuré.

-Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres -afirmó Ulrica y, para aminorar el énfasis, me pidió que le repitiera mi nombre, que no había oído bien.

-Javier Otálora- le dije.

Quiso repetirlo y no pudo. Yo fracasé, parejamente, con el nombre de Ulrikke.

-Te llamaré Sigurd- declaró con una sonrisa.

Si soy Sigurd -le repliqué- tu serás Brynhild.

Había demorado el paso.

-¿Conoces la saga?- le pregunté.

-Por supuesto -me dijo-. La trágica historia que los alemanes echaron a perder con sus tardíos Nibelungos.

No quise discutir y le respondí:

-Brynhild, caminas como si quisieras que entre los dos hubiera una espada en el lecho.

Estábamos de golpe ante la posada. No me sorprendió que se llamara, como la otra, el Northern Inn.

Desde lo alto de la escalinata, Ulrica me gritó:

-¿Oíste el lobo? Ya no quedan lobos en Inglaterra. Apresúrate.

Al subir al piso alto, noté que las paredes estaban empapeladas a la manera de William Morris, de un rojo muy profundo, con entrelazados frutos y pájaros. Ulrica entró primero. El aposento oscuro era bajo, con un techo a dos aguas. El esperado lecho se duplicaba en un vago cristal y la bruñida caoba me recordó el espejo de la Escritura. Ulrica ya se había desvestido. Me llamó por mi verdadero nombre, Javier. Sentí que la nieve arreciaba. Ya no quedaba muebles ni espejos. No había una espada entre los dos. Como la arena se iba al tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.

Caminante no hay camino

caminante no hay camino
Antonio Machado

Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.

Nunca persequí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...

Nunca perseguí la gloria.

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...

Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso...

Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso...

Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso

Un submarino amarillo con mariposas por favor

Un submarino amarillo con mariposas por favor
Rafael Chaparro M.

Bogotá es una ciudad de buses. El bus. El pito. El bus es ese gusano ruidoso, ese acuario donde día a día miles de rostros se sumergen en sus aguas para atravesar la espuma ácida de la ciudad y los vapores venenosos de una ciudad que quema el aliento, la mirada, los cuerpos. Tal vez en ninguna otra ciudad del mundo entero existan buses con consultorios médicos, psicológicos y parapsicológicos. Esta es la única ciudad con buses, con brujos y médicos a bordo.

El sol revienta contra los vidrios del bus. El smog se pega a las nubes. Los pitos revientan las hojas de los árboles. El mundo empieza a poblarse lentamente de ruidos, de nubes negras y buses. Entonces se sube al bus que va por la troncal un estudiante del centro médico naturista a promocionar el último purgante natural formulado por tres reconocidos médicos homeópatas que tienen su consultorio debajo de la Caracas y mierda, el chofer grita desde su asiento que por favor el caballero de atrás que tiene cara de cucaracha que no se haga el guevón, que por favor se corra al fondo del carro que está vacío y el caballero le responde que no se le da la puta gana porque esa mañana al despertarse se dio cuenta de que estaba convertido en un monstruoso insecto y entre tanto el estudiante del centro naturista ya va diciendo que el tal jarabe es de raíces chinas, de jingseng, y que tal, que todo tiene que ver con el ying y el yang, que el verraco jarabe tan solo vale doscientos pesos, que doscientos pesos no hacen pobre a nadie, que el jarabe limpia el hígado, los riñones, el aparato digestivo, pero qué vaina tan jodida, el jarabe no cura la chucha de la señora que se subió con tres paquetes de Cafam y que aletea de aquí para allá, del ying al yang sus brazos y mierda solamente un candelario de mochila le compra el purgante al estudiante naturista porque purgante es ir en ese bus lleno de rostros inciertos, purgante es el olor a zanahoria del bus, purgante son las nalgas descomunales de las monjitas que van en el asiento de atrás rezando Dios te salve María llena eres de gracia el Señor está contigo bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús, purgante es la cara del conductor del bus que nuevamente insiste en que el caballero de saco azul es un malparido que no se quiere correr un poco hacia atrás.

Más adelante se sube el brujo de la troncal con las pócimas para el amor y las muertes. A cada pasajero le reparte unos frasquitos de colores. El color rojo es para recuperar el amor perdido. El frasquito verde es para enamorarse a primera vista y el amarillo para obtener dinero rápido y al instante, mejor dicho más efectivo que la instantánea. Un frasquito allí, otro frasquito allá y también la promoción de la cruz de los siete poderes bendecida a orillas del río Nilo por un brujo que conoce los secretos de Osiris, pero qué va, a lo mejor Osiris se llame en verdad Osiris González y tal vez el Nilo que conoce con las Residencias Nilo de Chapinero donde se lleva a las viejitas que trama con sus menjurjes, a ver, a ver, quién dijo suerte, quién dijo suerte, allá el caballero se le apunta a la fórmula mágica de los siete poderes, poderes comprobados y claro varios pasajeros compran los frasquitos y otros se ponen la cruz de los siete poderes y luego se bajan del bus pensando que ya tienen resuelto el problema ese de la soledad alquilada, y que a lo mejor con su frasquito amarillo la suerte cambiará y entonces la mañana será amarilla, se levantará una mujer amarilla, el desayuno les sabrá amarillo, reirán amarillo, harán el amor amarillo, respirarán amarillo, morirán amarillo y entonces por primera vez en sus vidas ya no volverán a tomar un bus amarillo, sino que saldrán a la calle y tomaran un submarino amarillo para atravesar ese océano negro de la ciudad infestado de pequeños náufragos que no saben dónde quedan las mañanas, pequeños náufragos ebrios de smog, vueltos mierda, que tienen las miradas pobladas de soledades amarillas.